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golpear, y le di cuando estaba justo saliendo por la puerta.
El cuarto me estaba apuntando con su rifle. Me zambullí bajo él mientras lo disparaba.
La bala arañó el suelo, justo junto a la cara de uno de sus amigos caídos.
Lo agarré con mis manos de fuerza, le arranqué el arma con mis manos sensoriales, la
vacié, y la lancé tan lejos que fue más allá de la ladera, hasta caer al cañón. Aaor se
estaba librando del mismo modo de las otras.
El hombre que estaba entre mis brazos de fuerza se debatía locamente, gritando y
maldiciéndome, pero no lo aguijoneé. Era un macho alto y extraordinariamente fuerte,
anguloso y de cabello cano. Era uno de los viejos humanos estériles..., uno de aquellos a
los que el pueblo llamaba ancianos. Yo quería ver cómo respondía a nuestro aroma,
cuando se sobrepusiese a su miedo inicial. Y quería averiguar por qué él y los tres
jóvenes fértiles habían subido a la cabaña. Deseaba conocer también lo que él supiese
acerca de Tomás y Jesusa.
Lo arrastré hacia dentro de la choza y le hice sentarse a mi lado en la cama. Cuando
dejó de debatirse, lo solté.
Su repentina libertad pareció confundirle. Me miró, luego miró a Aaor, que estaba
metiendo a rastras a uno de sus amigos en la choza. Después se puso en pie de un salto
y trató de escapar a la carrera.
Lo cacé, lo alcé en el aire y lo volví a sentar en la cama. Esta vez se quedó.
 ¡Así que esos malditos pequeños Judas nos traicionaron!  dijo . ¡Serán fusilados!
¡Si no regresamos, serán fusilados!
Me alcé y cerré la puerta, luego toqué a Aaor para señalarle en silencio:
 Dejemos que nuestro aroma actúe un rato en ellos.
Lo aceptó, aunque no le veía la razón. Dio la vuelta a uno de los machos y le quitó la
camisa. El cuerpo y la cara del hombre estaban deformados por tumores. Su boca estaba
tan deformada que parecía poco probable que pudiera hablar normalmente.
 Tenemos tiempo  dijo Aaor en voz alta . Y no quiero dejarlos así.
 Si los reparas, no podrán volver a su casa  le recordé . Su propia gente los
matará.
 ¡Entonces, que se vengan con nosotros!  Se tendió junto al hombre de la boca
deforme y le clavó una mano sensorial y muchos tentáculos.
El anciano se lo quedó mirando, luego se puso en pie y dio unos pasos en dirección a
Aaor. Su lenguaje corporal decía que estaba confuso, temeroso y hostil. Pero se limitaba
a mirar.
Al cabo de un rato, algunos de los tumores comenzaron a disminuir visiblemente de
tamaño, y el anciano se echó hacia atrás y se persignó.
 ¿Habremos de llevárnoslos con nosotros cuando los hayamos curado?  le pregunté
al anciano . ¿Los matará tu gente?
Me miró.
 ¿Dónde están los que había en esta casa?
 Con Santos. Temíamos que recibiesen accidentalmente un disparo.
 ¿Los habéis curado?
 Y a Santos.
Agitó la cabeza.
 ¿Y cuál será el precio de tanta amabilidad? ¿La esterilidad? ¿Una larga, lenta
muerte? Esto es lo que tu especie me dio a mí.
 No los estamos haciendo estériles.
 ¡Eso es lo que tú dices!
 Nuestra gente vendrá pronto aquí. Tendréis que decidir entre uniros a nosotros, iros
a la colonia humana de Marte, o permanecer aquí, pero estériles. Si esos hombres
deciden venirse con nosotros o irse a Marte, ¿para qué iban a ser esterilizados? Y, si
deciden quedarse aquí, ya se ocuparán otros de hacerlo: no es un trabajo que me
apetezca.
 ¿La colonia de Marte? ¿Quieres decir que en Marte viven humanos sin los oankali?
¿En el planeta Marte?
 Sí, cualquier humano que lo desee puede ir allí. La colonia tiene ya cincuenta años
de edad. Si alguien decide ir a Marte, nosotros nos ocuparemos de que recupere la
fertilidad y de que sea capaz de tener hijos sanos.
 ¡No!
Me encogí de hombros.
 Éste es nuestro mundo. Tu gente puede ir a Marte, si quiere.
 Sabes que no lo haremos.
Silencio.
Miró de nuevo a lo que estaba haciendo Aaor. Varios de los más pequeños tumores
visibles ya se habían desvanecido. Su expresión, su lenguaje corporal, eran extrañamente
falsos. Estaba fascinado y no deseaba estarlo. Quería estar disgustado, y hacía ver que lo
estaba.
Estaba algo más que fascinado: estaba envidioso. Hacía tiempo, antes de que lo
soltasen para convertirse en un resistente, debió de experimentar el toque de un ooloi.
Todos los humanos de su edad habían sido manejados por un ooloi. ¿Lo recordaba y lo
quería de nuevo, o se trataba únicamente del efecto que le producía nuestro olor? Los
ooloi oankali asustaban a los humanos por lo muy diferentes que eran. Aaor y yo [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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