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encontrado,
—¡Imposible! Te han visto todos nuestros
hombres.
—Bien. Di que me has encontrado y no he
querido unirme a vosotros.
—Imposible también. Porque esta vez no serías
un tibio, sino un sospechoso. Y tú sabes lo que se
hace con los sospechosos: se les lleva a la plaza de la
Revolución y se les invita a saludar a la estatua de la
Libertad; sólo que en vez de saludar con el sombrero
lo hacen con la cabeza.
—Lorin, lo que haya de ser será. Sin duda te
parecerá extraño lo que voy a decir: estoy harto de la
vida...
Lorin estalló en risas.
—¡Bueno! —dijo—. Estamos de pelotera con
nuestra
amada
y
esto
nos
produce
ideas
melancólicas. ¡Vamos, bello Amadís!, volvámonos
hombres y de ahí pasaremos a ciudadanos; yo, en
cambio, no soy mejor patriota que cuando estoy
peleado con Artemisa.
Maurice se despidió de su amigo, que quiso
retenerle y le pidió que reflexionara, pero el joven se
mantuvo inflexible en su postura. Entonces le dijo
Lorin:
—No te he repetido todo lo que me dijo
Santerre cuando le he pedido que fueras el jefe de la
expedición. Me ha dicho que tuviera cuidado
192 / Alexandre Dumas
contigo, porque venías muy a menudo a este barrio,
el de Maison-Rouge.
—¡Cómo! —exclamó Maurice—. ¿Se esconde
por aquí?
—Se supone, ya que por aquí vive su supuesto
cómplice, el comprador de la casa de la calle
Corderie.
—¿En qué calle? —preguntó Maurice.
—En la antigua calle Saint-Jacques.
—¡Ah! ¡Dios mío! —murmuró Maurice—.
¿Cuál es su profesión?
—Maestro curtidor.
—¿Y su nombre?
—Dixmer.
—Tienes razón, Lorin —dijo Maurice.
—Y tú actúas sensatamente. ¿Estás armado?
—Llevo mi sable, como siempre.
—Entonces, coge dos pistolas.
—¿Y tú?
—Tengo mi carabina.
Lorin dio las órdenes y la patrulla se puso en
marcha, precedida por un hombre vestido de gris, el
cual la dirigía: un policía. De vez en cuando, una
sombra se despegaba de una esquina o un portal y se
acercaba al hombre vestido de gris para decirle algo:
eran vigilantes.
Llegaron a la callejuela. El hombre de gris
estaba bien informado y no dudó un instante en
meterse por ella.
—Aquí es —dijo.
193 / Alexandre Dumas
—¿Aquí es qué? —preguntó Lorin.
—Aquí es donde encontraremos a los dos jefes.
Maurice se apoyó en el muro, le pareció que iba
a caerse de espaldas.
—Hay tres entradas —dijo el hombre de gris—:
la entrada principal, ésta, y una que da a un pabellón.
Yo entraré por la principal con seis u ocho hombres;
guardad ésta con cuatro o cinco, y poned tres
hombres de confianza en la salida del pabellón.
—Yo saltaré el muro y vigilaré desde el jardín
—dijo Maurice.
—¡Estupendo! —dijo Lorin—. Porque así nos
abrirás la puerta desde el interior.
—Encantado —dijo Maurice—. Pero no vayáis
a desguarnecer el pasaje y venir sin que yo os llame.
Todo lo que ocurra dentro lo veré desde el jardín.
—Entonces, ¿conoces la casa? —preguntó
Lorin.
—Hace tiempo quise comprarla.
Lorin emboscó a sus hombres, mientras el
agente de policía se alejaba con ocho o diez guardias
nacionales para forzar la puerta principal.
Al cabo de un instante el ruido de sus pasos se
había apagado, sin haber despertado la menor
atención en aquel desierto.
Los hombres de Maurice estaban en su puesto y
se escondían lo mejor posible. Se hubiera jurado que
todo
estaba
tranquilo
y
no
pasaba
nada
extraordinario en la antigua calle Saint-Jacques.
Maurice comenzó a escalar el muro.
194 / Alexandre Dumas
—Espera —dijo Lorin.
—¿Qué?
—La contraseña.
—Es cierto.
—Clavel y subterráneo. Detén a todos los que
no digan estas dos palabras. Deja pasar a todos los
que las digan. Esa es la consigna.
—Gracias —dijo Maurice.
Y saltó al jardín desde lo alto del muro.
195 / Alexandre Dumas
XII
CLAVEL Y SUBTERRANEO
INVESTIGACION LA FIDELIDAD JURADA
MAÑANA LA CONSERJERIA
El primer golpe había sido terrible, y Maurice
había necesitado un gran dominio sobre sí mismo
para ocultar a Lorin el trastorno que se había
producido en su persona; pero una vez solo en el
jardín,
sus
ideas
se
desenvolvieron
más
ordenadamente.
«Así que esta casa visitada a menudo con el
placer más puro, no era sino una madriguera de
sangrientas intrigas; la buena acogida a su ardiente
amistad, hipocresía; el amor de Geneviève, miedo.
Maurice se deslizó por el jardín, de macizo en
macizo, hasta quedar oculto a los rayos de la luna
por la sombra del invernadero. En el pabellón de
Geneviève, la luz no permanecía quieta, sino que iba
de una habitación a otra. Maurice distinguió a la
joven a través de una cortina medio levantada:
Geneviève amontonaba a toda prisa sus objetos en [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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