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lleros en el campo. De modo que, con unos pocos dignatarios infe-
riores y sus seguidores, podemos reunir a unos ochenta caballeros
francos.
Belami lanzó un silbido de sorpresa.
-Eso no es un ejército con que hacer frente a los sarracenos,
cuando lleguen.
El servidor D' Arlan se sonrió.
-Todavía tenemos que tomar en cuenta a las guarniciones de
los hospitalarios y templarios. En total, podemos reunir a unos 150
hermanos, principalmente hospitalarios, y eso incluye a sus servido-
res también. Como de costumbre, eso significa que el cuerpo de ser-
vidores llevará el peso de la acción; además de los auxiliares, por
supuesto.
-¿Qué pasa con ellos? -preguntó Belami.
-Son turcos, como siempre -respondió D' Arlan
-. llescientos
buenos lanceros, si bien ligeramente armados.
Belami asintió con la cabeza, y se volvió hacia Simon y Pierre para
darles una explicación.
Los turcos son auxiliares. Son buenos combatientes. Magníficos
jinetes y arqueros, y confiables en la batalla. Les he tenido al mando
uchas veces. Le recomendaré a De Barres que os dé el mando de
~ tropa de veinte turcos, y yo comandaré una tropa doble. Eso sig-
1jÍica... -Hizo una pausa y sonrió- que os convertiréis en servido-
es de pies a cabeza.
Simon y Pierre lanzaron un grito de alegría. Belami interrumpió
u manifestación excesiva de entusiasmo.
-Todavia no estáis confirmados en el rango. Eso queda en manos
mariscal, pero no creo que debáis preocuparos. ¿Eh, Gilbert?
El otro veterano asintió con la cabeza.
-Y no os creáis que lo sabéis todo -les advirtió-. Belami tie-
ie muchas más cosas que enseñaros. Pero vuestro mejor maestro, y
auy exigente por cierto, es la propia Tierra Santa. El desierto os
puede matar rápidamente, por poco que le deis oportunidad. Los
uadis y los pasos estrechos a través de las montañas son lugares ide-
ales para una emboscada. Y recordad, mes amis, que los paganos
conocen cada palmo de sus tierras. Así que aprended tan aprisa como
podáis. Un buen comandante debe tener buen ojo para reconocer
el terreno. Sólo entonces puede escoger el sitio correcto como cam-
po de batalla.
El servidor D' Arlan no andaba con rodeos. Por eso era tan buen
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soldado.
Cuando De Barres confirmó formalmente a los nuevos servido-
res en su rango de comandantes de tropa, les dio a cada uno un abra-
zo. Belami advirtió que el mariscal prolongaba el contacto con el cuer-
PO esbelto y fuerte de Simon un poco más de lo que la ocasión
requería. Al veterano servidor templario aquello no le gustó nada. Lo
último que le faltaba a Simon era un problema con su nuevo coman-
dante en jefe.
Los jóvenes estaban entusiasmados con el hecho de haber sido
promovidos oficialmente y se fueron a celebrarlo con Belami, D' Arlan
y otros jóvenes servidores de la guarnición de los templarios.
-Muy bien -dijo su tutor-, beberemos un buen vino tinto a
vuestro cargo, mes braves, pero a partir de mañana habrá doble ejer-
cicio, hasta que seáis capaces de manejar a vuestras tropas como sabéis
manejar la espada.
Las calles de Acre bullían de actividad después de la larga sies
de la tarde. La súbita oscuridad aún no había caído y, como estaba
a la mitad del verano, el desfile de ciudadanos de la rica ciudad er
constante, paseando arriba y abajo mientras tomaban el fresco de l~
naciente noche.
Belami les indicaba los diferentes escudos que llevaban las mon.
turas de los distintos caballeros francos, españoles, italianos y alema-
nes. Aquellos escudos colgados fuera de las viviendas de sus propie-
tarios anunciaban la presencia del caballero en cuestión dentro de la
casa.
-De Beaumont, Colin y David de Blois, Honfroi de Beau-lieu,
Cartier de Manville, Robert d' Avesnes... Conozco a muchos de ellos.
¡Ah! He aquí uno que no me resulta familiar. Un grifo negro, en repo-
so sobre campo azur; sobre todo, una cruz teutónica. Ese es un caba-
lío alemán; uno de los nuevos caballeros teutónicos, seguro. ¡Hola!
-Belami cambió súbitamente de tema-. ¡Ahí tenéis un par de belle-
zas para vosotros!
El veterano señaló una lujosa litera, que llevaban sobre los
amplios hombros cuatro robustos nubios, probablemente eunucos.
Las cortinas de la litera estaban abiertas, por cuanto aún hacia calor,
a pesar de la brisa marina que soplaba por las estrechas callejuelas.
Dentro de la litera iban dos mujeres jóvenes, una deliciosa morena
y una ceñuda pelirroja de generosas proporciones. Ambas iban rica-
mente vestidas y proferían risitas como adolescentes. Al pasar ante
el grupo de los jóvenes servidores, las dos mujeres lanzaron admira-
tivas miradas a la alta figura y las clásicas facciones de Simon. Aún [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]
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lleros en el campo. De modo que, con unos pocos dignatarios infe-
riores y sus seguidores, podemos reunir a unos ochenta caballeros
francos.
Belami lanzó un silbido de sorpresa.
-Eso no es un ejército con que hacer frente a los sarracenos,
cuando lleguen.
El servidor D' Arlan se sonrió.
-Todavía tenemos que tomar en cuenta a las guarniciones de
los hospitalarios y templarios. En total, podemos reunir a unos 150
hermanos, principalmente hospitalarios, y eso incluye a sus servido-
res también. Como de costumbre, eso significa que el cuerpo de ser-
vidores llevará el peso de la acción; además de los auxiliares, por
supuesto.
-¿Qué pasa con ellos? -preguntó Belami.
-Son turcos, como siempre -respondió D' Arlan
-. llescientos
buenos lanceros, si bien ligeramente armados.
Belami asintió con la cabeza, y se volvió hacia Simon y Pierre para
darles una explicación.
Los turcos son auxiliares. Son buenos combatientes. Magníficos
jinetes y arqueros, y confiables en la batalla. Les he tenido al mando
uchas veces. Le recomendaré a De Barres que os dé el mando de
~ tropa de veinte turcos, y yo comandaré una tropa doble. Eso sig-
1jÍica... -Hizo una pausa y sonrió- que os convertiréis en servido-
es de pies a cabeza.
Simon y Pierre lanzaron un grito de alegría. Belami interrumpió
u manifestación excesiva de entusiasmo.
-Todavia no estáis confirmados en el rango. Eso queda en manos
mariscal, pero no creo que debáis preocuparos. ¿Eh, Gilbert?
El otro veterano asintió con la cabeza.
-Y no os creáis que lo sabéis todo -les advirtió-. Belami tie-
ie muchas más cosas que enseñaros. Pero vuestro mejor maestro, y
auy exigente por cierto, es la propia Tierra Santa. El desierto os
puede matar rápidamente, por poco que le deis oportunidad. Los
uadis y los pasos estrechos a través de las montañas son lugares ide-
ales para una emboscada. Y recordad, mes amis, que los paganos
conocen cada palmo de sus tierras. Así que aprended tan aprisa como
podáis. Un buen comandante debe tener buen ojo para reconocer
el terreno. Sólo entonces puede escoger el sitio correcto como cam-
po de batalla.
El servidor D' Arlan no andaba con rodeos. Por eso era tan buen
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soldado.
Cuando De Barres confirmó formalmente a los nuevos servido-
res en su rango de comandantes de tropa, les dio a cada uno un abra-
zo. Belami advirtió que el mariscal prolongaba el contacto con el cuer-
PO esbelto y fuerte de Simon un poco más de lo que la ocasión
requería. Al veterano servidor templario aquello no le gustó nada. Lo
último que le faltaba a Simon era un problema con su nuevo coman-
dante en jefe.
Los jóvenes estaban entusiasmados con el hecho de haber sido
promovidos oficialmente y se fueron a celebrarlo con Belami, D' Arlan
y otros jóvenes servidores de la guarnición de los templarios.
-Muy bien -dijo su tutor-, beberemos un buen vino tinto a
vuestro cargo, mes braves, pero a partir de mañana habrá doble ejer-
cicio, hasta que seáis capaces de manejar a vuestras tropas como sabéis
manejar la espada.
Las calles de Acre bullían de actividad después de la larga sies
de la tarde. La súbita oscuridad aún no había caído y, como estaba
a la mitad del verano, el desfile de ciudadanos de la rica ciudad er
constante, paseando arriba y abajo mientras tomaban el fresco de l~
naciente noche.
Belami les indicaba los diferentes escudos que llevaban las mon.
turas de los distintos caballeros francos, españoles, italianos y alema-
nes. Aquellos escudos colgados fuera de las viviendas de sus propie-
tarios anunciaban la presencia del caballero en cuestión dentro de la
casa.
-De Beaumont, Colin y David de Blois, Honfroi de Beau-lieu,
Cartier de Manville, Robert d' Avesnes... Conozco a muchos de ellos.
¡Ah! He aquí uno que no me resulta familiar. Un grifo negro, en repo-
so sobre campo azur; sobre todo, una cruz teutónica. Ese es un caba-
lío alemán; uno de los nuevos caballeros teutónicos, seguro. ¡Hola!
-Belami cambió súbitamente de tema-. ¡Ahí tenéis un par de belle-
zas para vosotros!
El veterano señaló una lujosa litera, que llevaban sobre los
amplios hombros cuatro robustos nubios, probablemente eunucos.
Las cortinas de la litera estaban abiertas, por cuanto aún hacia calor,
a pesar de la brisa marina que soplaba por las estrechas callejuelas.
Dentro de la litera iban dos mujeres jóvenes, una deliciosa morena
y una ceñuda pelirroja de generosas proporciones. Ambas iban rica-
mente vestidas y proferían risitas como adolescentes. Al pasar ante
el grupo de los jóvenes servidores, las dos mujeres lanzaron admira-
tivas miradas a la alta figura y las clásicas facciones de Simon. Aún [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]